En el frío vacío, seguimos anhelando.

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié

Normalmente es algo que se anhela a diario, pero automáticamente la idea de desacelerar el ritmo de la realidad dentro de la urbe es opacada precisamente por esa abrumadora maquinaria inhumanamente humana. Sin embargo, hay pequeños casos en los que ciertas personas logran desacelerar los engranajes y, al lograrlo, simplemente se sienten ajenos y hasta son molestos para los que seguimos dentro del carril. Irónicamente dichas personas son las que más tiempo han pertenecido al sistema y pese a su longevidad en éste, paulatinamente son desplazados y olvidados. En regiones no es muy distinto, sin embargo, al menos en la mayoría el concreto y el esmog disminuye y, pese a tener mejores cielos, agua y aire, hay casos en que la soledad aumenta, conforme más estrellas cubren el cielo.


Espacio desierto, de 2022, dirigida por Yerko Ravlic, cuenta la historia de Leonel Codoceo, un guardia de seguridad en Copiapó el cual, en su tiempo libre posee la misión de investigar el fenómeno OVNI, hacer contacto con seres de otro planeta, a la vez que intenta armar un grupo de personas para realizar la primera vigilia en los desiertos del norte de nuestro país, Atacama. Paralelamente, el protagonista aguarda la llegada de su exesposa, Sara Jara, la cual regresa a Chile desde Australia para volver a casarse con él.


El primer punto que resalta desde la primera secuencia de la película y que afortunadamente se mantendrá a lo largo de la misma, es su fotografía la cual, a través del cuidado en el encuadre, una amplia gama de colores, distintas y palpables texturas, distintas tonalidades en sus luces y sombras, a través de un paso por todos los valores de planos y términos, termina por atrapar y deslumbrar al ojo más escéptico, atrayéndolo e invitándolo a formar parte de esta cruzada, incluso sin una expectativa de obtener un resultado, sino tan solo por el hecho de estar en esos espacios y formar parte de ellos. Lo anterior, se complementa de buena manera con el sonido de la obra, en la que la música y los ambientes no opacan al resto ni adquieren una mayor preponderancia, dado que cada pieza convive en buena medida con la otra para potenciarla y contenerla.

Tomando como antecedente el hecho de que en la región de Atacama se tiene documentado el primer avistamiento de ovnis de la época moderna, en el año 1868, y que en un punto excepcional se ejemplifican los “fenómenos inexplicables de las fuerzas extraterrestres” sobre el círculo cercano de Leonel, la película se distancia de la concepción estandarizada dada por tal información y no decide ser un documental que intente esclarecer tales “misterios” a través del protagonista, sino que toma una distancia considerable y pasa a convertirse en un mero espectador. A través de una cámara completamente observacional, contemplamos sin un prejuicio preestablecido, a Leonel y a los que lo rodean, en sus respectivos entornos y su relación con los mismos. El foco está, sin duda, puesto en lo personal y en lo humano, más que en lo no humano. Somos, de alguna manera, partícipes y acompañantes durante las expediciones y los sucesos cotidianos en la vida de Leonel, mientras observamos su colección de figuras de aviones a escala y extraterrestres de la ciencia ficción, contemplamos por segunda vez su unión matrimonial con Sara y espectamos una comida más en la mesa de su casa.

Indudablemente el querer estar acompañados, compartir un abrazo, que nos comprendan cuando ni siquiera nosotros mismos lo hacemos, no distingue época, edad, género o locación espacio temporal. Y ya sea reflejado y traducido en la búsqueda de vida extraterrestre, en la ayuda humanitaria, logros personales, antiespecismo, y un largo etcétera, constantemente estamos buscando un soporte el cual se complemente con el nuestro y viceversa. Al ver una película no demandamos realidad e, independientemente de cómo ésta sea afuera de los marcos de la ficción, una noche estrellada en buena compañía no suena para nada mal.

Seguimos mirando al cielo.

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