Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié
Si nos dedicásemos a poner siempre en tensión el gusto y la belleza, nos terminaríamos dando cuenta que, pese a que en prácticamente la mayoría de las ocasiones se superponen, terminan por ser elementos distintos e independientes. Uno tiende siempre a ir mutando y responde a distintos factores como espaciotemporales y/o culturales. La otra es básicamente una especie de utopía existente pero difusa, puesto que en esencia es inalcanzable mientras se deja percibir mediante finos retazos de sensibilidad.
Yukoku (Patriotismo), El rito de amor y muerte, de 1966, realizada por Yukio Mishima, toma como ambientación el fallido golpe de estado de 1936 en Tokio, en donde el teniente Shinji Takeyama se verá en la disyuntiva de enfrentarse a sus antiguos compañeros y amigos, quienes ahora figuran como rebeldes ante el imperio. Debido a lo anterior, Takeyama tendrá que serle fiel a su orgullo y honor, decisión que le valdrá conscientemente la vida y la de su fiel esposa Reiko, quien lo acompañará en su decisión de la manera más leal y romántica posible.
Hokusai, de 1953, dirigida por Hiroshi Teshigahara, aborda la vida del artista Katsushika Hokusai a través de un repaso por parte de sus obras, anécdotas y resoluciones de él y sus cercanos, así como de otras voces dentro del
relato.
Si se quisiese hacer dialogar ambas obras, como es costumbre hacerlo en instancias como esta, lo mínimo que alguien podría sentir sería algo de desorientación dado que se intentaría poner en la misma línea dos obras que transitan en veredas paralela dado su origen genético cinematográfico. Pese a lo biográfico y lo inevitablemente autobiográfico, a posteriori, de Yukoku, sin lugar a duda habita en el terreno más duro de la ficción, en donde la puesta en escena se distancia bastante de lo convencional y prefiere centrarse en una estética mucho más sintética, a la vez que llamativa y pulcra. Al tomar como base la imagen monocromática, con luces y sombras duras, propias del cine negro, pero en código de televisión y en un plató explícitamente teatral, las formas y siluetas se desdibujan y se reconstruyen en cuadros plásticos completamente nuevos, edulcorando la ficcionalidad del relato y acentuando lo melodramático del ambiente, maquillando y amortiguando en buena lid el trágico e inminente desenlace de los protagonistas.
Hokusai, teniendo su marca genética en el documental, por otro lado, elige una mezcla de dispositivos más convencionales, como sustentar el relato en la voz en off mientras se exponen, prácticamente en la totalidad del
metraje, obras del artista en distintas dimensiones y términos, interrumpidas en contados momentos por un aparente material de archivo ejemplificador de técnicas y procesos referentes al protagonista del relato.
Pese a que cada obra expuesta tiene más de medio siglo con nosotros, y entre ellas dos tengan como protagonistas, ya sea como realizador o como personaje, a dos artistas cuya existencia se separa por casi doscientos años de diferencia, efectivamente resulta difícil entrar a relacionarlas precisamente por un gran número de elementos dispares entre ellas. Sin embargo, resulta casi entretenido, terapéutico alimentar el morbo y comenzar a especular y forzar similitudes o complementos entre un artista que forzó su vida a encontrar un prematuro final mediante el brutal seppuku, y otro que ante una excesiva y larga vida de miseria y sufrimiento decidió seguir perfeccionando su arte, con un deseo de continuar haciéndolo, enfrentando y encontrando la muerte a través de sus trazos.
En la sesión de hoy, me gustaría extenderle al público mi inquietud y saber si vinieron a alimentar su gusto, a intentar acotar su distancia con la de la belleza o si vinieron a esclarecer algún otro tipo de inquietud mediante el
cine.