Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié
Incluso antes de que se comience a derretir la primera partícula de rocío por la mañana, actos indeseados suceden. A veces por mero capricho de la realidad, lo que es hasta cierto punto irrisoriamente lamentable, otras muchas veces más por decisiones tomadas deliberadamente por personas igual de indeseables que sus actos. El individuo es aborrecible en sus virtudes y virtuoso en sus defectos, pero la gente, el gentío, la masa, la colmena de mentes en un desuso voluntario y pernicioso, es a todas luces y sin ningún porcentaje de rescate, un conglomerado absurdamente despreciable. Una de las tantas razones de ser es que, al momento de convivir, tenemos que ceder parte de nosotros a un externo que, por igual, equivale a un extraño. Si ya de por sí el amor propio es difícil de conseguir, al momento de constituirse un otro en nosotros, ya no existe nada que haga desaparecer esa figura intrusa, por tanto, todo lo ajeno al amor es mucho más probable que florezca.
¿Es justificable entonces que actos infames se cometan con otros debido a esta respuesta natural y evolutiva en nosotros? Ciertamente esa respuesta no importa. Las acciones mueven al mundo y desde luego la podredumbre del humano nos convierte en una causa perdida, sin embargo, lo que sí importa son las represalias que dichos actos puedan causar, y el fin con que se cometen, puesto que a veces, por más aborrecible que sea una respuesta, es necesaria para continuar.
Shurayuki-hime (Lady Snowblood), de 1973, dirigida por Toshiya Fujita, toma como motor de acción un castigo heredado en el linaje debido a una tragedia familiar, en la que una banda de criminales asesina a sangre fría al padre y al primogénito, para posteriormente violentar a la esposa y futura madre de Yuki Kashima, una niña nacida en la cárcel y heredera del sentimiento de venganza de su madre. Luego de cumplir la veintena de años y vivir sometida bajo un brutal entrenamiento, Yuki emprende un viaje en busca de las personas culpables de su razón de existir y desgracia familiar, a quienes dará caza y muerte de colosales y excéntricas formas.
Contrario a lo que inicialmente pueda causar o las primeras impresiones frente a este tipo de obras, y pese a las risas que esta película genere gracias a lo ridículamente excesivo de sus elementos como la sangre o las coreografías difícilmente veraces, pero poco contenidas, Lady Snowblood no deja de mantener un temple sencillo, mesurado y formal. No se detiene en la risa fácil ni en la expresión jocosa, a veces despectiva o gratuita al recalcar el ridículo, sino que, dentro de la extravagancia de su forma, el fondo no pierde su norte, por lo que el público que no esté dispuesto a disfrutar el circo tendrá serios problemas con este tipo de cintas.
Acorde a su estructura, la trama va en contra de lo enseñado en las escuelas de cine convencional puesto que esta se siente anecdótica y en ocasiones bastante predecible, pero afortunadamente la película logra sobrellevarlo al sobrecargar la historia, en lo acotado de su metraje, con distintas líneas que se van abriendo, agregando distintos cambios en la cadena de acontecimientos y sembrando puntos a desarrollarse con posteridad, sustentando todo en lo edulcorado de lo visceral, la tragedia inevitable y la aceptación de la venganza sin paradigmas morales, puesto que una venganza es sólo eso, ni incorrecta ni satisfactoria, quizá sólo necesaria.
De esa manera, es en cierta forma enigmática la forma en que Lady Snowblood comúnmente es considerada, en contraposición a cómo ella misma se percibe. Si bien su tratamiento se sustenta en la exaltación de elementos, es una película que poco demuestra en su abanico emocional. La única razón de existir de Yuki es el deseo de venganza heredado de su madre, por lo que ya finalizando la cinta se plantea dónde reside su propia singularidad. Siendo fiel a su apodo, Yuki jamás expresa alguna emoción, no se percibe satisfacción en su rostro mientras cumple poco a poco su misión y las leves reacciones al dolor no son más que eso, puesto que ella no es más que un instrumento en función de un fin externo. Pero entonces, luego de una vida dedicada a la venganza y habiendo cumplido tal cometido, ¿cómo perciben los ojos ese nuevo amanecer?
Hablar de necesidades en el cine, ya lo hemos dicho, es un sinsentido. Por lo que enunciar que de vez en cuando son “necesarias” las obras que no presenten una posición moralizadora frente a temas controversiales, no sería precisamente exacto. Pero sí se disfrutan más los tópicos que van a contrapelo y las visiones que complacen las pulsiones del público, precisamente porque conviven en desventaja numérica y en un desprecio constante debido a la amenaza que representan. Efectivamente, si se quiere herir a alguien, hay que estar dispuesto a sangrar.