Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié, sobre «No amarás» (1990), de Krzysztof Kieślowski.
Un marco social ideado por el humano debería poseer el estatus que merece en el inconsciente colectivo como lo que es, una de las obras sociales de carácter inmaterial más complejas que se hayan hecho y que, curiosamente, está en constante mutación dado que los artífices y participantes están a su vez en constante cambio. Asimismo, cabe preguntarse si un sistema corrupto que incentiva el surgimiento de más entes corruptos será juzgado con la misma calidad y apremio con el que él juzga a sus creaciones. Después de todo, estos homúnculos son víctimas
y no delincuentes, ¿cierto?
No matarás (Decálogo 5) de 1990, dirigida y coescrita por Krzysztof Kieślowski es la quinta entrega de la serie, originalmente pensada para la televisión polaca, en la que dramáticamente se abordan y reinterpretan, bajo una mirada actual, los diez mandamientos cristianos. En este capítulo, la historia gira en torno a tres personajes principales, Piotr Balicki, un abogado primerizo aún sensible ante el sistema judicial y sus actores; Jazek Lazar, un joven apático que vaga por la ciudad cometiendo distintos actos indolentes; y Waldemar Rykowski, un desagradable taxista el cual no deja indiferente a nadie dada la frialdad y la impertinencia con la que se dirige a sus clientes y potenciales clientes. Debido a los actos de unos sobre los otros, los tres personajes terminarán siendo partícipes de
una cadena de actos criminales en distintos roles, en donde sus caminos se interconectarán no de las mejores maneras.
La estructura tiende a variar en comparación a los capítulos ya revisados (episodios 1, 2 y 6), debido a que, en primer lugar, la mayor parte del argumento sucede afuera del ya conocido complejo habitacional de edificios, y en segundo lugar, los personajes se presentan de manera inconexa durante gran parte de la película. Como dicta la lógica, podemos asumir que en algún punto de la historia éstos se encontrarán, y la manera en que los personajes se exponen, solo contribuye a la intriga y a la expectativa de su encuentro, elaboración que además se potencia muy bien con la música de Zbigniew Preisner, en el cruce de Jazek y Waldemar, cuando el primero miente con tal de entrar al auto del segundo, sin nadie que se interponga en su meta por asesinar al taxista.
Lo curioso de este capítulo es el tratamiento que le otorgan a los personajes principales, en comparación con lo ya visto, y también la diferencia que existe entre las tres aristas que representa cada uno de ellos. Dos de los tres personajes, Jacek y Waldemar, generan rechazo debido a cómo se comportan y los actos que cometen, y el tercero, Piotr, a pesar de pertenecer al lado correcto de la pirámide, se presenta en gran medida de manera aislada al mundo, posición que se condice con su actitud completamente idealizada de éste. Con tal de priorizar el foco en
la trama y la interpelación que hace ésta hacia el espectador, los distintos pilares de la misma pasan a estar en un segundo plano debido a lo cotidiano de la situación planteada, así como revisitada a lo largo de los años por distintas ramas del desarrollo artístico y filosófico.
Otro punto a considerar a la hora de comparar este capítulo con los demás ya revisados, es la construcción latente de los distintos encuadres, dado que se emplea una viñeta casi constante, así como una variación de esta,
a través de distintos dispositivos. No solo es notorio el viñeteo estándar, sino que también este efecto se da por sobre todo a través de la luz, como se aprecia en la secuencia inconexa del examen de título de Piotr. Así, también se emplean en mayor medida las composiciones dramáticas y los valores de plano mucho más cerrados, como los primeros planos cortos de los personajes en la mayoría de sus interacciones iniciales. Todos estos componentes van sumando y aportando en buena medida con el ambiente enclaustrado, no solo de los distintos personajes, sino también de las temáticas que va abordando la película y de la manera totalmente hostil y desagradable que emplea para hacerlo.
No hace falta caer y recaer en cuestionamientos como el que se planteó al inicio, después de todo, cualquiera entiende la naturaleza de los actos, sean nuestros o ajenos, y las repercusiones que estos puedan tener. El punto, irónicamente, es intentar fijar un estándar en un mecanismo el cual está en constante evolución, dirigido hacia individuos que, por naturaleza, aunque también en constante evolución, tienen incrustado el apetito de destrucción como mecanismo de defensa ante el sufrimiento.