Vivir sin esperanza en el deseo

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié

Las imágenes, formas y nombres son algo que, con un poco de trabajo, podemos olvidar, subvertir o simplemente obviar. Lo importante es la sustancia independiente de su rostro. Ante aquello, hablar de un lugar donde las calamidades existen y la lógica se invierte a medida que la imaginación divina se vuelve más inestable, en el cotidiano podría parecer exagerado o incluso innecesario, sin embargo, no hace falta darse cuenta, en el peor de los momentos y con el temple angustiado, que justamente es en el diario vivir donde reside tal lugar, carente de calidez celestial e importancia universal. Si estas palabras fueran ciertamente un mero adorno para una interrogante tan banal y superficial, lo plantearía de otra manera. ¿Ante la existencia de un camino a través de ese lugar tan desesperanzador relatado anteriormente, también llamado infierno o simplemente vida, lo recorrerían en soledad?

La sesión en curso, en el marco del día del Patrimonio Audiovisual y bajo el ciclo Estéticas del terror: El infierno, llega El Infierno (L’Inferno), película italiana estrenada en el año 1911 dirigida por Giuseppe di Liguoro, Francesco Bertolini y Adolfo Padovan. A través de una estética visual inspirada en las fabulosas ilustraciones del artista Gustave Doré, la cinta aborda y adapta de manera libre el mítico poema medieval La Divina Comedia de Dante Alighieri, concentrándose concretamente en la sección Infierno, en el que el protagonista Dante iniciará su descenso al infierno acompañado por el poeta Virgilio, a través de sus nueve círculos de desesperanza, cruzándose con numerosos personajes históricos y otros cientos anónimos sufriendo por sus crímenes y pecados.

El Infierno es una obra cinematográfica que puede verse, por su edad, como una pieza digna de estudio histórico, dado que efectivamente lo es, como las obras de los hermanos Lumière o el legendario pionero Georges Méliès. Sin embargo, eso sería reducir a lo obvio una cinta que a todas luces es infinitamente mucho más que eso. Sin contar con la nula banda sonora debido a las razones que todos conocemos, la película se centra y explota, de una manera magistral, la puesta en escena visual, cercana en ocasiones al ambiente teatral en sus encuadres y su disposición
interpretativa en escena, pero, El infierno es un claro ejemplo de la esencia del cine y por ende de las y los cineastas, dado que, armoniza los pilares fundamentales de esta rama del arte: la ciencia y la ilusión. Como buenos científicos y mentirosos, los cineastas emplean distintas técnicas que solo podían dar los dispositivos de la época.

A través de la doble exposición, fundidos, superposición y movimientos de fotogramas, un juego con los cuadros por segundo y efectos prácticos como cables y espeluznantes disfraces, se daba un paso más hacia el futuro artístico y, combinado todo lo anterior con unos escenarios naturales preciosos y unos fondos surrealistas manufacturados por una imaginación trastornada, la cinta logra transportar al espectador hacia los rincones más tormentosos del inframundo, en el que sin pudor, podremos ser atormentados por los demonios.

Reforzando lo anterior, la narrativa tiene un carácter sencillo y lineal, el guion en sus diálogos, a través de los intertítulos, se centra en lo literal describiendo la acción de las escenas, así como también el pasado a través
de flashbacks de los personajes que le relatan sus pesares a Dante. Por ende, y como podemos asumir con la mayoría de las películas de la época, se da pie a la estimulación del inconsciente y la imaginación del espectador, rellenando los vacíos naturales y centrándose en la desmedida disposición y uso de los cuerpos en pantalla, la gestualidad contenida de los personajes, las dimensiones y formas de los fondos, las escenografías dignas de una pesadilla, las diferencias de vestuario y tonalidades entre Dante y los demás habitantes del infierno, así como el
cuestionamiento y una respuesta natural al uso consciente de las tonalidades en el celuloide.

Con todo lo anterior, en efecto da gusto contemplar tal pieza visual en efectos históricos, pero es aún más necesario contemplar dicha pieza en términos cinematográficos y personales, dado que incontables obras posteriores bebieron y seguirán bebiendo de El Infierno, así como nuestra mente recorrerá los caminos de los círculos de desesperanza por las noches, cada vez que intentemos conciliar el sueño a manos del
desconsuelo.

“Tomados de la mano al salir del infierno, nadie se deja atrás”.

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié, sobre «El Infierno» (1911), de Dario Argento.

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