Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié
Recordemos las campañas de la teletón en donde la televisión vendía la ilusión de unidad a nivel país. Un solo corazón, ¿no? O mejor aún, recordemos lo que se vivió para el terremoto de 2010 o para el rescate de los 33 mineros. O aun mejor, volvamos a octubre de 2019, a la llamada marcha más grande de Chile. Recuerdan el clima de unidad, ¿no?, lo mismo con la pandemia. ¿Pues entonces qué pasó con todo eso? Qué fue de la solidaridad, qué fue de la hermandad, del respeto, del “amor” …
A través de los últimos meses hemos visto cómo ese clima de estabilidad y unión era simplemente una ilusión conveniente, y estas palabras no son nuevas, de hecho, son bastante obvias e innecesarias. Mientras no veamos nuestros intereses en peligro, mientras la masa crítica y el deseo o la ilusión de pensamiento crítico duerman, somos todos amigos, incluso después del amanecer. “Estamos todos peleados, pero somos un pueblo unido”.
Dulce Patria, de 1984, producida y dirigida por Juan-Andrés Racz muestra, muestra, a once años del golpe de estado, las distintas realidades y paradigmas instaurados por la dictadura a través de material de archivo, testimonios y entrevistas, dando cuenta de la represión por parte del régimen, las movilizaciones sociales y una población al límite, a punto del colapso emocional, mental y social.
En comparación a otras películas con la misma temática, Dulce Patria se siente bastante contenida en cuanto a tratamiento. Dejando de lado el juego que hace el título, la película no cae en situaciones de constante ironía o escenarios burlescos, sino que, a través de las impactantes imágenes obtenidas, abarca la vida en dictadura y sus consecuencias mediante sus diferentes realidades, modelos y actores. Así, es satisfactorio ver a un agente de la policía política dar su declaración, explicar su modo de pensar implantado por los altos mandos y el nefasto actuar institucional. También, tener un acercamiento pedagógico y académico de distintas figuras intelectuales explicando e interpretando el engranaje gubernamental, los testimonios de familiares de detenidos desaparecidos o personas
simplemente relatando el cómo intentan subsistir y sobrellevar día a día la pobreza extrema.
Lo curioso es que la mayor virtud del documental, exponer una infinidad de perspectivas, resulta también ser su mayor debilidad, ya que, al presentar una radiografía del acontecer a mediados de los ochenta, se centra el relato en una generalidad de un espacio temporal más que en personajes y personas. Así, si se tiene que hacer un resumen o una sinopsis de esta película, difícilmente se podría especificar mucho. Aproximadamente una hora de metraje se sienten efectivamente como semanas de anécdotas, se percibe el desgaste a la hora de recordar, y mucho más, a la hora de sentir después de procesar y macerar una conclusión. Dulce Patria se siente, como ya se
dijo, contenida, pero mucho más que eso, es una película correcta, elegante y, pese a esto, lamentablemente estática.
Fue ineficaz la censura, sí, pero irrisorio es ver cómo la gente de la época veía horribles monstruos comunistas en cada esquina con poca luz y cómo ese miedo autoimpuesto resuena hoy con consignas y resquemores casi de fantasía.
Reitero lo innecesario de estas palabras porque sabemos que, aunque en el caso de que la mayor de las verdades se manifieste ante nuestros ojos, aún así existirán personas que nos pondrán en nuestra contra con tal de ver beneficiados sus intereses personales, llegaría luego un punto de inflexión crítico en donde iríamos todos como hermanos y hermanas tomados de las manos en contra de ellos, para luego volver a lo mismo alegando y demandando unión, porque aceptémoslo, no sabemos cómo manejarla porque no la conocemos y en el fondo no la
queremos conocer.
Sinceramente, yo paso. Me cansé de reír con el mismo chiste.