Primero, en primer lugar y principalmente, los principios

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié

“¿Por quién va a votar uno como yo, general?”

Día a día tenemos que tomar decisiones. Se nos pone a prueba constantemente ante una cosa o la otra y actuamos siempre, aunque sea en última instancia, a favor de nuestra conveniencia dado que toda relación, en todo orden de cosas, es para satisfacer y complacer nuestras necesidades. “Dignidad, siempre dignidad”, decía Don Lockwood, y sabemos que para conservarla no necesitamos más que voluntad, y ahí está el verdadero reto. El problema radica cuando la voluntad se mezcla con el orgullo, dando como resultado la estupidez, la más satisfactoria, impoluta y sempiterna de todas, pero estupidez, a fin de cuentas.

Compañeros (¡Vamos a matar, compañeros!) del año 1970, nacida de la idea original de Sergio Corbucci, quien también participó del guion y dirigió la cinta, sitúa la trama durante la revolución mexicana a principios del siglo pasado, en donde el extremadamente hábil traficante de armas, Yodlaf Peterson, tendrá que rescatar al líder revolucionario Xantos, quien es el único que conoce la combinación de la caja fuerte de la cual el protagonista está interesado. Para hacerlo, engaña al general Mongo, líder de otra facción revolucionaria, con el cual entablará una falsa alianza. En este juego de desconfianza, el general enviará a uno de sus hombres, el Vasco, quien junto a Yodlaf, desatarán una serie de temerarias y descabelladas acciones con tal de lograr la tan anhelada “revolución”.

A través del primer acercamiento que tenemos con la mayoría de las obras artísticas, su título, podemos hacernos una vaga idea de uno de los temas principales que abordará la película, así como también una razón principal en el ánimo censurador de la época. En esa misma línea, el leitmotiv compuesto por Ennio Morricone condensa muy bien no solo una mirada acerca del ánimo revolucionario, el tema principal de la cinta, o su historia, sino también el tono épico, cómico y de regocijo que tendrá, mismo leitmotiv que abre y cierra el metraje.

Dicho lo anterior, la historia oscilará ágilmente y con precisión entre la seriedad de sus planteamientos y lo distendido que pueden llegar a ser. Se puede ver que cada personaje es una caricatura de sí, replicando ampliamente los distintos arquetipos encontrados a lo largo de la historia cinematográfica. No hace falta encontrarle similitudes a Yodlaf con cierto cowboy eterno y rubio, quien siempre está una bala por delante del resto, con mundo y desplante ante las mujeres. Lo mismo con el mexicanote Mongo o el profesor Xantos, quien es una radiografía del intelectual atemporal con la apariencia de un clásico griego, o el mismo Vasco, quien con dos cinturones repletos de balas cruzados en su pecho y solo un revolver, pasa de ser un mero sirviente, al líder lugarteniente del general, con solo un acto de heroísmo revolucionario, al más puro estilo de Paul Revere.

Así y sin más dilación, prefiero apartar por un momento la genial trama y centrarme en primer lugar en el personaje del profesor Xantos, quien durante todo el metraje mantiene su posición pacifista e incorruptible, aparentemente rompiendo con ello hacia el final de la cinta con tal de salvar a los protagonistas, para luego revelarse que, fiel a sus convicciones, fue capaz de morir como una radiante figura caballeresca, con sus principios intactos. En segundo y último lugar, rescatar el actuar de Yodlaf, el pingüino, quien a punto de irse con las manos vacías a por otras historias de dinero y desconfianza, decide revelarse contra su naturaleza y quedarse con los pobladores luego de ver a un centenar de militares acercándose, para así gritar a viva voz ¡vamos a matar, compañeros!

Se podría ahondar (y con seguridad se hará) en las evidentes razones de censura de estos ideales y principios, pero preferiría interpelar al potencial espectador y lector, si efectivamente, en una situación que ponga a prueba su convicción decidirá actuar inteligentemente o preferirá saborear la exquisita estupidez y felizmente beber la cicuta.

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