Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié
Si tuviéramos que definir la fecha de nacimiento del arte, probablemente nos pasaríamos una eternidad especulando y, lo más seguro, es que terminaríamos errando. “Desde que la vida es vida”, dicen algunos. “Nace junto con el humano”, exclaman otros. Cualquiera sea el caso, hay que reconocer que sin ciencia no existe el arte y, afortunadamente, mientras más se desarrolle una, más beneficiada se ve la otra. Sin embargo, la ciencia existe en función del progreso de la vida… el arte, por otro lado, no. Sin ciencia no existimos, sin arte no somos.
En la función de hoy y para homenajear los 90 años del cineasta Peter (Pedro) Chaskel Benko, se presentan dos piezas del cineasta Rodrigo Gonçalves. En estreno, Ruta Chaskel 68, y dirigida por el realizador en 1987, Mozambique, imágenes de un retrato. La primera, se sustenta en una conversación/entrevista de Gonçalves hacia Chaskel, quien, sin previo consentimiento, terminó protagonizando la película grabada durante un viaje hacia la ciudad de Valparaíso. La segunda, es una cruda representación de los habitantes de Mozambique, víctimas del sistema de segregación racial promovido, financiado y apoyado por Sudáfrica.
Hay que reconocer que estos dos documentales dialogan muy bien con obras que previamente ya se han exhibido durante este año en la Sala Sazié. Documentales como El hombre cuando es hombre, Juanito o Santas Putas, se sustentan en el contenido sin necesitar de una puesta en escena que se rija por una producción millonaria. De esa manera, todas estas obras, así como las exhibidas en esta sesión, pertenecen a un cine bastante sencillo, simple, barato y, por consecuencia, más cercano a la esfera de la honestidad artística. Mientras menos amos a los que rendir cuentas, más libertad, expresión y goce.
En pantalla, Mozambique, imágenes de un retrato, no ofrece más que imágenes cercanas a un material de archivo, ciertos diálogos radiales que dan contexto y una variedad de piezas musicales que van jugando de distintas maneras con el tono de la cinta. Sin embargo, lo esencial de la obra se juega en lo desgarrador y explícito del subtexto y el brillante juego con la dicotomía entre la imagen y la banda sonora.
En la misma línea, Ruta Chaskel 68 no se sustenta en lo esencial del cine: la imagen en movimiento. De hecho, todo el adorno que se le hace a la imagen funciona en su simpleza dado que el mundo exterior al viaje no importa, casi no lo vemos ni podemos reconocerlo. Lo indispensable es el relato y su contenido. La película atrae al espectador dado que desentraña y especula acerca de ciertas anécdotas y mitos sobre piezas icónicas del cine nacional, tanto como de sus realizadores. Se puede sentir y palpar a través de la pantalla el ambiente ameno que se vive dentro del automóvil durante el viaje y, casi como si fuera una clase de cine, se plantea una mirada crítica, un descargo, una queja hacia la industria que rodea al séptimo arte, con un pie en la actualidad y otro en el pasado, sin dejar de preguntarse el valor del arte y del hacer cine.
Entonces, ¿en función de qué opera el arte? Pues dado que éste es innecesario y, por consiguiente, su mera existencia es un antojo, el arte opera en función de satisfacer no solo a quien lo consume, sino a quien lo crea. Dicho lo anterior, el mundo no se viene abajo si de la noche a la mañana el arte dejara de existir. Es más, la generalidad de sus recursos beneficiaría a la civilización humana de una manera sin precedentes. El arte está y seguirá ahí porque está hecho por y para los egoístas, siempre en favor de satisfacer, cual vampiros, al alma de los humanos. Seguimos haciendo y demandando arte.