Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié
“Negar y afirmar son atribuciones que la cinematografía reniega, así como esta no puede erigirse como una obra absoluta, atrapada y enclaustrada dentro de los límites que ella misma se ha establecido” instalarían ciertos artistas. Algunos se opondrían a tal sentencia. Otros dejarían la puerta abierta a ese debate puesto que se debería seguir pensando el cine. Y otros, en minoría, preferirían seguir con lo suyo y no escuchar la poesía de todos los anteriores, puesto que en el arte no existe algo cercano a un deber. Vale la pena extender tal incógnita a los públicos, sin embargo, quién sabe si tal reflexión emanada de aquellos será escuchada.
Tres tristes tigres de 1968, escrita y dirigida por Raúl Ruiz, basada en una obra teatral homónima, aborda la historia de Tito, su hermana Amanda, Lucho, un conocido de ambos y, el jefe del primero, Rudy. A través de un indefinido periodo de tiempo, días diluidos, noches fundidas y una insospechada bohemia citadina, los tres primeros mencionados irán deambulando por numerosos lugares, entrelazando, torciendo, reafirmando y deslavando conversaciones y relaciones, en un afán evasivo, mientras Rudy espera unos papeles en manos de Tito, necesarios para hacer un exitoso negocio.
La manera abrupta en la que inicia la cinta, el hecho evidente y carente de tapujos en el que el cuadro espera la entrada de Amanda marca el trastocamiento de la verosimilitud en donde se moverán los diálogos, las acciones e incluso la misma esencia de los personajes y su ambiente. A pesar de lo que comúnmente se comenta sobre la obra, la ciudad como espacio y la música como ambientación, tono o acompañamiento, se presentan engañosamente en comparación al resultante. Tomando como ejemplo la secuencia que acompaña los créditos iniciales, se expone la ciudad de Santiago mientras se oye una versión ad hoc del popular trabalenguas “Estaba la rana sentada” o “La rana cantaba debajo del agua”. Ante esto, la percepción que abunda de la cinta es una en donde la capital del país se evidencia casi de manera panorámica y abierta, así como también la música irá acompañando el constante ocio de los personajes. Sin embargo, contrario a lo anterior, la ciudad como tal se mostrará mínimamente, en planos de transición, encuadres cerrados, fueras de campo o, como en la secuencia inicial antes dicha, desde distintos interiores como automóviles o establecimientos. De la misma manera, y casi como una burla a medio camino, la música rara vez acompaña el ambiente como solemos concebir. Se presenta de manera incómoda, anticlimática o solo como un silencioso acompañamiento, dando paso y centrando la atención en el diálogo de los personajes, su constante trabajo y ánimo por entender los entretelones de sus palabras y las capas de sus emisores.
Así, se cohabita entre distintos interiores a través de una noche eterna y unos destellantes días que poco resaltarán en comparación a su contraparte, mientras que cada vez que se pregunta la hora, la sensación de irresponsabilidad y la incapacidad para tomar decisiones concretas, irá aumentando.
En el caso de querer hacer un paralelismo de la sociedad nacional con la presentada en pantalla, algún aspecto positivo sería fácil de encontrar, pero a la larga, estos se eclipsarían en cuanto a números. La cinta nos sumerge en
los entretelones de la sociedad santiaguina, empática y protectora en esencia, pero con una sustancia interesada e inmóvil. Una masa capada con ráfagas de personalidad. Tito, Amanda, Lucho y Rudy son personajes que constantemente pretenden ser, y ese deber ser termina por desencadenar una serie de acciones que los hunden y diluyen como personas. Podría decirse que resulta desesperanzadora la separación del trío principal, y que, para apaciguar tal sentir, el desquite final de Tito sobre Rudy viene a enmarcar una victoria de los oprimidos frente a los opresores. Sin embargo, y como la mayoría de las victorias diarias, no son más que morales y complacientes, de la misma manera en que se complace un vagón de metro cuando se llena en horario punta, o una sala de cine para conmemorar a un réalisateur.
Pensamos constantemente que el presente es de lucha, pero el futuro difícilmente será nuestro. Si pensamos en que venceremos, a veces es preferible pensar que es mejor morir un poco.