Sin querer aceptarlo

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié

Sentados frente a una fogata o apoyados en la baranda de un gran edificio, claramente y sin dudarlo, nos reconforta su calor y su luz en el primer caso tanto como una excelsa vista y el agradable sentir del viento en el segundo. Eso recordamos, decimos y reconocemos con los demás. Queremos compartirlo. Lo curioso comienza cuando nos fijamos en lo que se mantiene en tensión aparentemente en nuestro cerebro, sabiendo que dicha tensión no tiene su génesis en tal distinguido órgano. La intriga y el deseo de lo que no queremos admitir, las bajas pasiones, son objeto de otras zonas. Volvamos a las situaciones del comienzo y veamos lo que sucede cuando le agregamos una duda que siempre está de visita en nuestra mente. “¿Y si meto la mano al fuego? ¿Y si me lanzo?”.

The Adjuster, de 1991, dirigida y escrita por Atom Egoyan nos presenta a Noah Render, un tasador de seguros, y su esposa Hera, una censora de películas con contenido pornográfico, quienes aparentemente tienen la vida resuelta y poseen todos los medios para conseguir lo que quieren; pasan por un momento muy extraño en sus vidas, teniendo como consecuencia un acercamiento para ambos hacia la exacerbación de sus deseos más profundos.

Bajo los términos formales, The Adjuster puede ser considerada una película compleja debido a que está construida de tal manera que desde un inicio marca una distancia significativa entre sus personajes, ya sean principales o no, y los espectadores. Es una película que conscientemente y ya desarrollada su historia, no genera ningún apego ni empatía hacia los primeros. Más aun, es difícil identificarlos completamente y diferenciar su rol dentro de la trama.

Lo anterior juega muy bien con el tono misterioso, lento y difícil de digerir, dado que siempre se mantiene en tensión el norte de la cinta con una disputa entre lo erótico, lo provocador y lo habitual dentro de los marcos sociales. De esa forma, de manera voluntaria, los personajes dentro de este mundo, más parecido a una maqueta inmaculada, recurrentemente traspasan los límites de la intimidad entre sí y aceptan sin ningún reparo los resultados de estos actos, conflictuando en todo momento con la verosimilitud que el espectador demanda.

Así, lo que se nos expone en pantalla no son personas, no son personajes, sino que son objetos de carne en movimiento dispuestos al placer. ¿El de quién? Bueno, en primera instancia, el de ellos. Aunque, en segunda instancia, aquí es donde resaltan los personajes de Mimi y Bubba, quienes en todo momento y a diferencia del resto, parecieran estar en control de todo y de ellos mismos. Actúan a expensas de los demás sin ninguna consecuencia, sin ningún reparo y sin ninguna objeción. Esto no es a raíz de que ostenten un estilo de vida adinerado, sino que ese elemento es un agregado al resultado. No es casualidad que ambos, ya al final de la cinta, encarnen la figura de cineastas. La casa de los personajes principales es usada como set para las fantasías de dichos cineastas, la cámara subjetiva se supedita a los deseos del obeso personaje y éste es quien decide terminar con todo al incinerar el espacio. ¿Pero en última instancia, al placer de quién están dispuestos los personajes y, por ende, la película?

Decir que toda obra cinematográfica está en función de un potencial espectador sería bastante simplón, no sería del todo incorrecto, pero sí una conclusión demasiado facilista y ordinaria. Sin embargo, The Adjuster, sí juega en esos parámetros, pero no de la manera en que suponemos. No juega con la capacidad de ver, sino con la capacidad de no ver y la satisfacción de hacerlo incluso con la amenaza de sentir culpabilidad. Así como nuestra mente es capaz de albergar fugazmente dudas como las que se plantearon al inicio, también ante lo que no queremos ver tambalea nuestro juicio. Somos capaces de decidir no ver y, sin embargo, lo hacemos.

¿Y si continuamos mirando?

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