¿Podemos?

Escrito por: Vicente González, Equipo Cineclub Sala Sazié

¿Podemos dignarnos a hacer bien las cosas, de una buena vez? Les ahorro el inexistente suspenso. No. Sencillamente no, sin más.

Santas Putas, estrenada en el año 2010 y realizada por Verónica Quense, narra la cruda historia de 14 asesinatos ocurridos en el norte de Chile, en la comuna de Alto Hospicio, a manos de Julio Pérez Silva, un taxista de la zona. Sin embargo, el relato no es a través de sus víctimas, sino de los testimonios de los familiares quienes tuvieron que vivir un infierno adicional intentando que se haga justicia, reivindicar a sus familiares asesinadas y combatir contra corriente la inoperancia y sesgo tanto de las autoridades como de su misma comunidad.

De la misma manera que se hizo en sesiones pasadas con Renato Dennis, hay que destacar la labor de realizadora de Verónica Quense, quien estuvo a cargo del proceso completo de la película, dirigiendo, grabando, entrevistando y montando, prácticamente haciendo esta obra en solitario cuyo proceso llevó tres años. De igual manera he de destacar que este tipo de obras nacen desde el estómago más que de la razón. El arte en esencia es innecesario y una excusa para distintos fines, sin embargo, películas como estas no responden a una necesidad artística, sino que a una necesidad moral, trascendental y política.


Sin tener ningún contexto previo, el inicio de la película puede ser algo confuso en cuanto a orientación y focalización del argumento, sin embargo, cuando como espectadores entramos a la trama ya develada, nos damos cuenta que los relatos de los niños no solo sentaron las bases de la cinta, sino que inteligentemente denotan las aberrantes bases de la podrida sociedad sexista. Este contexto no solo trabaja en función de la localidad de Alto Hospicio, sino que en el país entero y, de manera aun más miserable, en las autoridades gubernamentales de la época.

Resulta desgarrador ver y escuchar a niñas y niños ser poseedores de tales relatos, emplear tales palabras y contar tales vivencias que a cualquier adulto le generaría malestar, pero, ellos haciéndolo con una aparente liviandad. Es desgarrador y aún más deprimente notar el hecho de ver internalizada tal violenta orientación social dentro de
sus familias.

¿Hace falta recordar la protesta en el centro comercial de La Dehesa en el año 2019, cuando clientes de dicho establecimiento expresaban orgullosos su clasismo contra los manifestantes proclamando palabras tan armoniosas como “ándate a tu población (…) roto (…)”? ¿Hace falta recordar los dichos de Juan Sutil sobre, en ese entonces, la futura ministra del interior Izkia Siches, asumiendo que ésta podría llegar a grandes acuerdos gracias a su “juego de piernas y cintura”? ¿O al exministro Mañalich reconociendo su ignorancia ante el hacinamiento y la pobreza? No hace falta nada de eso dado que esperamos ante cualquier situación o pregunta un clásico y ya saturado “no lo vimos venir”. De esa misma manera, el ambiente que engloba la cinta es claramente un ambiente decadente, pero no solo socioeconómico, sino atestado de mentes de autoridades en decadencia. Las policías fueron inoperantes, llegaron tarde y/o no quisieron actuar. Las autoridades, entre ellas gubernamentales, así como también los mismos vecinos no tenían ningún respeto por las familias ni las víctimas. Transgredían constantemente su decencia al relativizar los hechos o ya sencillamente tergiversarlos.

En resumidas cuentas: todo mal.

Recordar las palabras del padre de una de las víctimas solo denota lo podrido que tenemos que estar para que los engranajes se muevan un mísero milímetro. “Si yo tenía que hacer un pacto con el diablo, yo lo iba a hacer, porque era mi hija la que estaba desaparecida”.

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