Tres documentales sobre lo abyecto

Escrito por: Carolina Pacheco, Equipo Cineclub Sala Sazié

La nominación de «El Agente Topo» a los premios de la Academia, en la categoría Mejor Documental, nos recuerda la vasta tradición documental que ha marcado la escena audiovisual chilena desde sus inicios cinematográficos, la cual destaca una extensa lista de cineastas que año a año estrenan sus cintas en festivales de cine importantes a nivel nacional e internacional. Es más, es increíble la gran cantidad de audiovisuales de no ficción que ven la luz, estos pueden integrar diferentes modalidades narrativas y atravesar una variedad de temas. Un documental chileno no siempre se enfoca en una sola perspectiva o modalidad, tampoco se ajusta a estándares netamente académicos, no es simplemente expositivo o reflexivo, sino que a través de diferentes elementos van mezclando, integrando, hasta volverse un híbrido de diferentes modelos documentales y cada realizador, realizadora o realizadore, va desarrollando un estilo narrativo, visual y estético propio.

En la última década la escena nacional ha experimentado un grato florecimiento de variados proyectos audiovisuales, y el 2019 fue un año especialmente interesante en el catálogo de estrenos documentales de las carteleras chilenas, donde vieron la luz filmes como «Hoy y no mañana», «Zurita verás no ver», «Lemebel”, entre otros tantos. Sin embargo, los documentales que me gustaría abordar en esta oportunidad, a pesar de lo diferente de sus temáticas y personajes, el punto en el que convergen es en exhibir identidades que desafían lo normativo, identidades abyectas invisibilizadas por lo estético y socialmente canónico.  Estas obras presentan sujetos contradictorios, extravagantes, lugares comunes que se transforman en escenarios increíbles, estoy hablando de “Harley Queen” de Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda, «El viaje espacial» de Carlos Araya Díaz y “Álvaro, rockstars don’t wet the bed” de Jorge Catoni. 

“Harley Queen” 

Carolina Flores no es la «típica mujer chilena», ese personaje mítico que los medios y política institucional promueven como herramienta política, aquel arquetipo de mujer que romantiza el sacrificio y el abandono. Carolina es una mujer que vive en la vulnerabilidad, pero a su vez, es capaz de reapropiarse de su corporalidad, de su contexto, porque inconscientemente comprende que éste no solo le pertenece, no solo es su herramienta de trabajo, sino que trasciende cualquier ideal de mujer chilena populista para introducirse a sí misma la huella y memoria de aquella marginalidad que la sociedad somete a quienes vivimos en periferia. Entre blocks, guetos y hacinamiento, Carolina se adjudica la identidad de Harley Queen, personaje que toma como inspiración en la anti-heroina de DC comics, Harley Quinn. Los paralelos van más allá de la sensualidad, la locura y la rebeldía, pues a medida que transcurre el metraje, Carolina nos relata su historia como sobreviviente de violencia intrafamiliar, la experiencia de perder dos hijos en un incendio; sus trabajos como investigadora paranormal, stripper, poledancer, madre y empresaria. Sin otra alternativa que transitar los límites de lo socialmente aceptado para una mujer, sin más opción que torcer las expectativas para crear su propia versión de estabilidad, Carolina tiene que ser su propia (anti)heroína.

«El viaje espacial»

Hay veces en que los lugares también pueden ser el motor de una historia, cuerpos de memoria, personajes dinámicos. En el caso de «El viaje espacial», son los paraderos aquellos que silenciosamente son testigos de millones de historias, acontecimientos y situaciones; guardan en su estructura no solo una función específica o instrumental, a su vez contienen la carga histórica que solo se le adjudica a los monumentos, pero que pasa desapercibido por su carácter mundano y finito. El paradero, como objeto de tránsito, como espacio migratorio, permite el encuentro y choque entre diferentes actores sociales y culturales. La cámara estática, tan silenciosa como el mismo paradero, deja al descubierto los discursos acerca de lo abyecto que como sociedad hemos cargado, discursos que muchas veces están llenos de prejuicios y discriminación, arraigados a una concepción demonizada acerca de lo extranjero: este espacio, que oscila entre lo público y lo privado, deja de manifiesto esas realidades que grafican la desigualdad y la precariedad. En este sentido, la decisión técnico-estética de la cámara y encuadre fijo permite que el espectador sea participe de ese tránsito haciéndolo testigo de las diferentes formas que toma la migración, cómo va afectando la convivencia, las concepciones sobre los inmigrantes y que poco a poco va reconfigurando las maneras en que comprendemos la sociedad. 

“Álvaro, rockstars don’t wet the bed”

Así como Chile tiene una prolífera tradición cinematográfica, también destaca una interesante historia en la literatura, la música y el arte en general. Autores tan importantes como Gabriela Mistral, Violeta Parra, por solo nombrar las más reconocidas, en sus épocas fueron marginadas por la academia y la opinión pública. Como dicen, nadie es profeta en su tierra, y este es el caso de Álvaro Peña «el músico de la nariz cantante», “el primer punk de Chile”. El documental que lleva su nombre puede que siga un modelo típico de recopilación de archivo y entrevista, pero no deja de lado el develamiento de un artista que desafió las el establishment: 3 años le llevó a Jorge Catoni el realizar este relato, siguiendo a esta especie de anti-músico, sin guion ni un objetivo claro a la hora de componer las escenas, el realizador se dedicó a darle un espacio a este personaje que muchas veces queda en lo mítico o anecdótico, cuando su legado, su memoria, es tremendamente extenso. Álvaro Peña cambió el saxofón por el piano, cambió Chile por Inglaterra, cambió la nueva ola por el punk, en el exilio fue marginado por las colonias chilenas, pues su arte, que muchas veces rayaba en lo experimental, y cuyo sello siempre ha sido el DIY, no se limitaba a hablar de la dictadura y de política chilena. En su música hay de todo, alegría y dolor, traumas, pesadez, abandono, rabia, locura e innovación.

Las tres obras también abren la discusión acerca de ¿Qué es lo real en estas no ficciones? ¿cuánto hay del propio discurso de los cineastas involucrado dentro de estos discursos? Si bien la exploración los mundos de esas otredades puede caer en lo etnográfico, esta en su carácter performático como gesto estético-político de permitir los espacios para manifestarse y trascender lo que muchas veces damos por cotidiano, pero que por sí mismas, en sus propias narrativas, descubren su validez e importancia. Estos filmes siguen formas de relato diferentes, exhiben realidades muy distintas entre sí, no obstante, tienen en común estos sujetos extraños, que desafían lo estético y moralmente aceptable, lo político y cultural, manifiestan las contradicciones, dualidades e hipocresías que componen a nuestra sociedad rompiendo con el ocultamiento, revelarse como sujetos abyectos que, a pesar de todo, existen y sobreviven.

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